¿Qué tienen en común las elecciones de Hungría, Italia y Brasil?

¿Qué tienen en común las elecciones de Hungría, Italia y Brasil?

1 year 7 months ago
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Las cerradas elecciones en Brasil que definirán en segundas vueltas una decisión que se daba por hecha en primera ronda con la victoria de Lula, van acompañadas por los rejuegos de la política internacional del momento, bajo el influjo de un reordenamiento mundial cuyo alcance, objetivos y bondades, no se vislumbran con claridad. Algo de esto se puede apreciar en la actuación de los patrocinadores del proyecto cuando con este interfieren gobiernos y naciones. Sus portes denotan actitudes alejadas del talante democrático y el respeto a la libre determinación que ellos dicen alentar. Las coincidencias se repiten en entornos alejados pero unidos por un hilo conductor donde ser repiten patrones similares. 

Ocurrió en el último proceso electoral en Hungría con la intensidad de las campañas contrarias al presidente Viktor Orban lanzadas abiertamente por sus detractores en Bruselas y los medios a disposición de lo que ya se aprecia como una especie de Entente agendataria. Los discursos y titulares insistían en destacar el carácter autoritario de Orban sin atender al hecho de que su estancia al frente del gobierno siempre ha sido refrendada en las urnas por los votantes húngaros. Los esfuerzos de este importante frente político, social e informativo que apostaba sin disimulos a la derrota del gobernante resultaron vanos. Orban obtuvo una mayoría absoluta que blinda su cuarto mandato, logrado una vez más con la voluntad de los ciudadanos que le otorgan su confianza. Aunque el liderazgo europeo justifica su malquerencia en la negativa de Budapest a sumarse al frente antirruso y a las sanciones suicidas que la Unión aplica contra Moscú, aún contra el bienestar de sus ciudadanos y el medio ambiente, salta a la vista que existen otras causales, tal vez mas importantes. La principal es la falta de empatía de Orban hacia ciertas normas contempladas en la Agenda 2030. Se demuestra en la verborrea empleada por los burócratas comunitario para hacer valer las medidas draconianas que aplican al “autoritario” gobierno de Budapest. “…Viktor Orbán lleva más de una década al frente del país y en este tiempo se ha dedicado a ir reduciendo los derechos y libertades. Tanto es así que ha sometido a tribunales, medios de comunicación, ONG's y al mundo académico y ha restringido los derechos de mujeres, gais e inmigrantes.” Incluso sus ataques incluyen la crítica al plan húngaro para construir dos reactores nucleares, un señalamiento de doble rasero cuando Francia se apresta a construir nuevas instalaciones de ese tipo en su territorio y hasta los desteñidos verdes o la ambientalista Greta Thunberg, certifican esa energía como limpia.  

Después de aplicar una nueva categoría para describir el tipo de democracia húngara como un régimen hibrido de autocracia electoral (en esto de inventar nombres y categorías los de Bruselas se han hecho expertos) la Unión Europea anunció el congelamiento de ayudas financieras a Hungría por el valor de 7, 500 millones de euros. Una especie de embargo a la europea, contra quienes se atreven a irles a la contraria. Igual hacen con Italia a la que amenazan con la misma medida tras producirse el batacazo electoral de la coalición de derechas (extrema derecha según el léxico político europarlamentario) encabezada por la posfascista (aportación de los medios al servicio de la Agenda) Georgia Meloni. De nada sirvieron los titulares señalando la ineptitud de la candidata para gobernar, apuntando su cercanía con Orban o las preferencias amistosas de Salvini y Berlusconi hacia Putin. No funcionaron las advertencias de los pseudo socialistas sobre las consecuencias de una victoria en las urnas de sus opositores o la petición antidemocrática del saliente Draghi, el mismo que pidió a los italianos aguantar calor y apretarse los cinturones en solidario gesto con las medidas para bloquear las ventas de energía rusa, acentuando las conveniencias de votar “de acuerdo con los intereses y agrados de los que más cuentan en la Unión”. 

Pasados los primeros disgustos al comprobar que “heredera de Mussolini” (más aportes de los periodistas eurovisivos) ganaba ampliamente la mayoría parlamentaria y senatorial, Úrsula von der Leyen alzó el tono para referirse a esos resultados: “…cualquier Gobierno democrático que esté dispuesto a trabajar con nosotros, trabajaremos juntos, Si las cosas van en una dirección difícil, como he mencionado respecto a Hungría y Polonia, tenemos herramientas". Ya se sabe a qué herramientas se refería la presidenta de la Comisión Europea y la manera magistral de usarlas para doblegar a quienes se niegan a seguir sus lineamientos.  Un instrumento coercitivo que no solo sacan a relucir, velada o abiertamente, contra gobiernos díscolos de su entorno, y que aplican sin distinción a países pobres, ricos y potencias económicas. Lo dejó entrever Von der Leyen al presidente indio durante un encuentro. Lo mismo hizo el presidente alemán durante una visita México en la que exhortó a López Obrador a “solidarizarse” con Ucrania, llegando a invocar a Benito Juárez con la frase sobre el respeto al derecho ajeno como base fundamental para la paz. Un axioma que en Occidente se ha ignorado en múltiples ocasiones, incluyendo en las raíces del actual conflicto.  

Aunque Meloni se avino a calmar los ánimos llamando a Zelenski para darle el testimonio de su apoyo, el gesto no parece haber satisfecho del todo a los mandamases europeos. Pero al menos sirvió para matizar aquellos reclamos sobre su admiración hacia Mussolini, un afecto que quedaría minimizado ante el posicionamiento atlantista y anti-Putin expresados por la líder de Hermanos de Italia. La supuesta devoción de Meloni hacia el fundador del fascismo quedaría como una anécdota intrascendente. Si el facha ucraniano Bandera es actualizado como un líder nacionalista, tal vez en un momento no lejano ocurra algo parecido con El Duce, desde una óptica historiográfica más tolerante. Nada absurdo de pensar desde el momento en que el sitio donde nació es un museo y su tumba lugar de peregrinación para admiradores y nostálgicos. 

Las exigencias globalistas y sus pretensiones no excluyen instituciones que se suponen independientes y ni siquiera aquellos gobiernos colocados fuera de la órbita del sistema democrático reconocido por Occidente. La firma de un acuerdo de cooperación entre la ONU y Venezuela con el cumplimiento de la agenda 2030 como base, ilustra de alguna manera hasta donde llegan las presiones. Y la misma aprobación de un nuevo código de familias en Cuba, que acoge puntos esenciales de este modelo hegemónico, coincidió con la ratificación del Gobierno cubano en su voluntad de seguir implementando el acuerdo político y cooperación con la Unión Europea. Lógico pensar que las condiciones de la Isla no dejan mucha maniobra para un enfrentamiento que puede desencadenar la aplicación de esas “herramientas” que se utilizan contra miembros europeos con cierto patrimonio (Hungría y Polonia), la tercera economía continental que representa Italia o hasta contra una superpotencia como Rusia. Cabe pensar lo que deben esperar naciones empobrecidas. Lo dejó claro Macky Sall, presidente de Senegal y de la Unión Africana, durante su intervención en la última Asamblea General de la ONU refiriéndose a la presión que se ejerce sobre los gobiernos del continente africano para que elijan un bando en el escenario de guerra ucraniano.  

Ahora le llega el turno al Brasil de Bolsonaro, envuelto en una apretada carrera electoral en la que el actual presidente busca continuar en el poder. Lula da Silva, su contrincante en la puja presidencial, goza de las evidentes preferencias en el circulo agendatario. Desde Washington a Bruselas, tanto el liderazgo político como los medios informativos y las encuestadoras, no ocultan su favoritismo por Lula, renacido entre las cenizas de una complicada trama de corrupción por la que fue condenado a prisión y prácticamente aniquilado políticamente. De manera imprevista todas las causas contra el experimentado político fueron cerradas, permitiendo su vuelta al ruedo donde aún con el peso de esas condenas se presenta como el único rival de consideración para sacar del poder al “ultra” Bolsonaro.  Los titulares dedicados a este último resultan realmente desproporcionados en una campaña en la que se aprecia la animosidad de los globalistas hacia su figura. Criminal, neofascista, genocida y hasta caníbal, son algunos de los epítetos que han hecho titulares en su contra. Se pudiera pensar que en ello influye la destrucción del Amazonas, la explotación de tierras protegidas o el expolio y exterminio de tribus autóctonas en peligro por el saqueo que hacen grandes compañías y grupos ilegales de sus recursos, pero algo hace sospechar que existen añadidos en la apuesta por sacar del juego a Bolsonaro. Lejos de implicarse en condenas y sanciones, Bolsonaro ha visitado a Putin, se ha negado rotundamente a secundar los proyectos de la Agenda 2030, negoció la compra de petróleo y fertilizantes con Moscú en desafío a las advertencias de sus socios sobre las consecuencias a pagar por ese comportamiento independiente. Incluso a pocas semanas de comenzar la guerra en Ucrania la visita que hiciera Bolsonaro al Kremlin fue precedida por criticas desde Washington y la petición para que el viaje fuera cancelado. Una solicitud que dejaba en claro por un lado el grado de irrespeto e injerencia hacia el gobierno de un país que no es precisamente nación de quinta categoría y por otro la verdadera razón de la aversión contra un gobernante que no se aviene a ucases, por más poderosos que sean sus autores. En este punto la continuidad de Bolsonaro al frente del gobierno brasileño está en serias dudas en el próximo balotaje. Su destino pende de un hilo que enlaza de manera común a Budapest, Roma y Brasilia. De perder, como auguran casi todas las apuestas, sería una gran victoria del sistema globalista en su cruzada por imponer el nuevo orden mundial.  
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